
Atendiendo a las proyecciones a futuro en cuanto a disponibilidad de agua dulce, surge la necesidad de buscar alternativas que supongan una mayor independencia de este recurso. Numerosas investigaciones alertan de la escasez de agua dulce para las próximas décadas y la aridez amenaza nuestros ecosistemas. Aún así seguimos construyendo campos de fútbol, campos de golf, zonas ajardinadas, rotondas, parques, zonas verdes junto a piscinas, etc, que consumen cantidades ingentes de agua.
Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), para 2050 más de 1000 millones de personas se verán afectadas por la falta de este bien. En España la aridez es un factor muy latente, sobre todo en regiones como Murcia, Alicante o Almería. Científicos de la Universidad de Alicante (UA) descubrieron en un reciente estudio que los cambios en los niveles de aridez no eran graduales sino abruptos. Esto significa que podemos pasar de un ecosistema arbustivo, con una baja densidad vegetativa, a una zona sin vegetación, en muy poco tiempo.
Economía circular del agua
Con esta información, sólo cabe esperar por nuestra parte una reducción en el consumo de agua dulce para así reducir nuestra huella ecológica hídrica. Es necesario aplicar, incluso en estas circunstancias, “la regla de las tres erres”, reducir el consumo de agua; reutilizar en la medida de lo posible el agua regenerada para usos agrícolas, urbanos, industriales o ambientales; y, por último, reciclar, devolviendola a su curso con la menor perturbación posible, respecto a su estado inicial.
Según la Comisión de Economía Circular de la Cámara del Comercio de España, el objetivo es alcanzar la economía circular en el sector del agua que permitiría beneficios ambientales al consumir menos recursos hídricos y energéticos, entre otros. Beneficios económicos al ofrecer nuevas oportunidades de negocio. Y sociales, al haber una mayor disponibilidad de recursos hídricos y nuevos empleos.
Es muy evidente que se destina grandes cantidades de agua para mantener servicios que se salen de la necesidad. Por ejemplo, un campo de fútbol de unos 8.075 metros cuadrados consume un total de 5.580 litros de agua al año. Según Xavi Durán Ramírez, responsable de prensa en la Agencia Catalana del Agua (ACA), se necesita 1.000 litros por hectárea en un campo de golf en el norte de España y hasta 13.500 litros por hectárea en la costa mediterránea o el sur.
Si nos centramos en el primero punto: reducir, hay muchas formas de alcanzarlo. Entre ellas está el uso de técnicas más eficientes que supongan una menor pérdida de agua. En muchas ocasiones se pierden grandes cantidades de agua a causa de una infraestructura de riego poco eficiente. Pero se podría reducir más aún utilizando herramientas como el uso de césped artificial en Alicante, Murcia, Almería y demás sitios de la España más seca para reducir el consumo de agua de nuestras instalaciones de ocio, sustituyendo al césped natural y evitando la pérdida de miles de litros de agua con cada riego.
En estas zonas, instalaciones deportivas y zonas ajardinadas pueden ser más sostenibles y éticos si no consumen esas cantidades de agua tan desorbitadas, que en muchas ocasiones escasea para el consumo humano.