
La Convención Ramsar (la Convención de los Humedales de Importancia Internacional) define el término humedal como “toda área terrestre que está saturada o inundada de agua de manera estacional o permanente. Entre los humedales continentales se incluyen acuíferos, lagos, ríos, arroyos, marismas, turberas, lagunas, llanuras de inundación y pantanos. Entre los humedales costeros se incluyen todo el litoral, manglares, marismas de agua salada, estuarios, albuferas o lagunas litorales, praderas de pastos marinos y arrecifes de coral”.
Son ecosistemas altamente valiosos debido a todos los servicios ecosistémicos de los que nos proveen (materias primas, regulación de la temperatura, agua dulce, alimentación, protección frente a catástrofes naturales…) y, sin embargo, son los grandes desconocidos en el mundo de los ecosistemas. Y el desconocimiento suele acompañar un problema de conservación: Cuando se conoce, se ama. Y cuando se ama, se protege.
La importancia de los humedales
Cuando se habla de degradación o desaparición de ecosistemas, lo habitual es pensar en los bosques: la deforestación. Si embargo, los humedales están desapareciendo 3 veces más rápido que los bosques. Se calcula que desde la década de 1970 han desaparecido en torno al 35% de los humedales en todo el mundo.
Al pensar en sumideros de CO2, nos vuelven los bosques a la mente, quizá también los océanos, como los grandes almacenes de dióxido de carbono del planeta. La realidad es que son los humedales los ecosistemas más efectivos a la hora de secuestrar y almacenar estos gases de efecto invernadero. Por poner un ejemplo, mencionando a la Secretaria General de la Convención Ramsar sobre los Humedales en el año 2019, “las turberas cubren sólo el 3% por ciento del planeta, pero almacenan casi un tercio de todo el carbono terrestre. Esto equivale al doble de lo que almacenan todos los bosques del mundo”.
El Grupo de Investigación de Limnología del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universitat de València ha publicado una serie de estudios que demuestran que los ecosistemas acuáticos son una herramienta prometedora e imprescindible a la hora de mitigar los efectos del cambio climático. Por otro lado, han demostrado que su efectividad depende de su estado de conservación: si los humedales se encuentran degradados (contaminación, eutrofización…) serán menos eficaces en el proceso de almacenamiento de CO2, incluso podrían llegar a ser emisores.
Además, son los grandes aliados a la hora de mitigar o reducir las consecuencias de los desastres naturales, cada vez más frecuentes y agresivos, como hemos podido comprobar en los últimos años. Por ejemplo, los manglares pueden reducir la pérdida de bienes materiales y vidas humanas hasta en un 60% frente a los tsunamis, como ocurrió en Indonesia en 2004.
Otro ejemplo lo tenemos en España con los humedales costeros y las DANAS. Estas provocan un fuerte oleaje que precipita la invasión del mar en la tierra. La primera barrera a la que se enfrentan estas olas son los cordones dunares. Pero en caso de que estos sean inexistentes, o no sean suficiente para frenar el oleaje, el ecosistema que se encuentra en segunda fila y absorbe ese exceso de agua son los humedales. Si los hemos sustituido por un paseo marítimo, una urbanización, un campo de cultivo o una autovía, los destrozos provocados serán mucho mayores.
Restauración de humedales: una materia prioritaria
España es el tercer país con mayor cantidad de humedales reconocidos internacionalmente por la convención RAMSAR (después de Reino Unido y México). En él, destacan algunos muy valiosos y diversos como las marismas de Doñana, la Albufera de Valencia, las Tablas de Daimiel o el Delta del Ebro.
Estamos hablando de que los ecosistemas más productivos del planeta son, paradójicamente, los más amenazados.
Es un prioridad absoluta, por compromiso con la conservación de los ecosistemas, y como herramienta frente a la crisis climática, dedicar los recursos que sean necesarios a la restauración de nuestros humedales.