
En los últimos meses se han sucedido diferentes episodios de lluvias torrenciales comunes en climas mediterráneos, que han abierto un debate sobre la “limpieza de los ríos”. Se han oído y leído comentarios acerca de la suciedad de los ríos asociada a la alta densidad de especies vegetales que habitan en las riberas. Es curioso que se atribuya el término “suciedad” a un ente vivo y que crece de manera natural próximo a su recurso más preciado, el agua. Llama la atención que cada vez que los ríos llevan más caudal que el habitual (ya discutiremos más adelante qué se considera “más caudal”), la sociedad demande a las autoridades actuaciones de limpieza de la vegetación y de los cauces. Costosas actuaciones que se hacen con dinero público (en ocasiones con poca probabilidad de éxito) y que podrían ahorrarse simplemente dejando que los ríos realizaran su función natural.
La definición correcta de la situación actual de la vegetación riparia no emana de la mera observación de aglomeraciones de árboles que incita a relacionarlo con suciedad, sino de la gestión del espacio que habita, es decir, su llanura de inundación. Este espacio que pertenece al río ha ido transformándose a lo largo de los años, viendo como el ser humano lo ha invadido generación tras generación, mediante la implantación de cultivos agrícolas, naves, viviendas, carreteras etc. Pero no solo la ocupación de la llanura de inundación ha generado esta situación, la regulación de caudales, la canalización y las infraestructuras grises han transformado la morfología fluvial.
¿Qué pasaría si esta morfología fluvial y la llanura de inundación estuvieran en un estado de conservación óptimo para realizar sus funciones?
Dinámica fluvial
En los ríos se produce un transporte no solo de agua sino también de otros materiales como los sedimentos, que se configuran en un equilibrio dinámico (balance de sedimentos), donde se alternan espacial y temporalmente procesos de erosión o sedimentación del cauce y las riberas. La variabilidad de los caudales circulantes es el motor más importante de la dinámica fluvial, en sus procesos de desborde y ocupación de la llanura de inundación. Si estos procesos funcionaran correctamente y la ocupación de la llanura fuera la idónea, el propio río no permitiría que existiera esa hipotética suciedad, ya que progresivamente iría regenerando con esas crecidas un corredor ripario amplio y efectivo para reducir los riesgos de inundación.
Por lo tanto, la cuestión no es la suciedad sino la gestión del ecosistema fluvial. Los escombros y desechos humanos sí son suciedad, no su vegetación.
Privación de libertad impuesta a los ríos
La disminución o directamente pérdida de los procesos naturales de los ríos lleva a la aparición de ciertos fenómenos asociados al crecimiento de la vegetación de ribera que pueden acarrear consecuencias negativas para el ecosistema. La falta de dinamismo del cauce y la disminución de las crecidas ordinarias hace que sea más sencillo el asentamiento de vegetación exótica, en ocasiones de carácter invasor, que puede llegar a desarrollarse sin control contribuyendo a la sensación de que el río está “sucio”. Este es un problema muy serio en ciertos ríos y deberá ser considerado en detalle. Por otro lado, esta ausencia de dinamismo fluvial hace que la vegetación de ribera, especies pioneras acostumbradas a situaciones extremas que otras especies no aguantan, cada vez sean más viejas y de porte arbóreo –un fenómeno conocido como encroaching– lo cual contribuye en una especie de círculo vicioso al encajonamiento de los cauces y a una menor dinámica fluvial natural. Permitir al río moverse libremente sobre su llanura de inundación, eliminando todas las barreras que le impiden ocupar su espacio, sería la mejor manera de prevenir inundaciones.
Concepción equivocada de un río
El gran problema que se plantea es el de asociar a un río naturalizado como un río “sucio” al no parecerse a la idea idílica y simplificada de cómo un río debe ser (un curso de agua estable, poca vegetación arbórea dispersa, verdes y tendidas riberas…). Con esa imagen en la cabeza cualquier otra representación de un río nos va a parecer fea e incluso hostil, y por tanto será necesario su “limpieza” para que se asemeje a nuestra imagen romantizada y para nada realista. La naturaleza no es un jardín y los ríos no son simples canales por donde circula únicamente agua.
Artículo de Daniel Díaz y Gonzalo Rincón, investigadores de la ETSI (Escuela Técnica Superior de Ingeniería) de Montes de la UPM.