
La agricultura supone un gran impacto en los ecosistemas y las especies, pero a su vez es necesaria para la subsistencia del ser humano. Por ello, se deben llevar a cabo buenas prácticas para reducir el impacto sobre el medio ambiente.
La demanda de alimentos mundial crece progresivamente. Por ello, el SEPA (Asesoramiento Científico para la Política de las Academias Europeas, por sus siglas en inglés) ha redactado un informe en el que se recoge que es necesario “aumentar la productividad de manera sostenible y cambiar el modelo de consumo lineal de masa a una economía más circular, aunque esto suponga un cambio de hábitos, normas y rutinas para la ciudadanía”.
Buenas prácticas en los cultivos
Una recomendación a la hora de elegir la especie vegetal a cultivar, es tener en cuenta la biodiversidad. Numerosos estudios revelan que a mayor biodiversidad de especies, menor será el impacto que tendrá el cultivo a la hora de sufrir una plaga. Podemos seleccionar distintas variedades de olivos, cereales o árboles frutales. Un ejemplo de esto ocurrió en 2013 con una enfermedad que provoca el decaimiento súbito del olivo. Según un estudio que analizó las pérdidas económicas de este suceso, la replantación con variedades resistentes reduce el impacto de esta enfermedad en 1.600 millones de euros.
La biodiversidad no debe quedar tan solo en el cultivo. Tener los bordes del cultivo cubierto por especies autóctonas de matorrales y gramíneas suponen un alto beneficio económico. Esta mínima superficie de vegetación natural supone un hábitat idóneo para los polinizadores. Estos polinizadores serán los que, posteriormente, recorrerán el cultivo permitiendo su desarrollo. Es necesario disponer de este refugio para que los polinizadores sean abundantes y diversos.
Esta vegetación del borde del cultivo además aporta otros beneficios paralelos al aporte de polinizadores. Las raíces de estas gramíneas sujetan el suelo y evitan posibles escorrentías cuando hay lluvias. Además, captan CO2 del aire y lo fijan en el suelo o en su estructura vegetal.
Otro servicio que presta ese parche de vegetación es la creación de un microclima. Si es posible mantener cierta cobertura vegetal de matorrales y herbáceas dentro del propio cultivo, los beneficios serán aún mayores. Esta vegetación mantendrá la humedad y protegerá al suelo de la radiación directa del sol. Además, con el suelo cubierto por esta vegetación estará menos compacto y más aireado, permitiendo un mejor crecimiento de nuestro cultivo.
Otra cuestión fundamental a la hora de comenzar con un cultivo es tener en cuenta las condiciones climáticas de la zona y las propiedades del suelo. Se debe seleccionar una especie que sea capaz de tolerar estos parámetros sin que nos supongan gastos extra. Tener en cuenta las precipitaciones anuales, si se dan o no heladas, los nutrientes que dispone el suelo o la temperatura media anual de la zona. Por ejemplo, seleccionar una plantación de arroz que requiere litros y litros de agua, para un terreno de Murcia sería algo totalmente sin sentido. Ahorramos costes económicos y ambientales.
Cultivos y la huella de carbono
Si seleccionamos árboles para cultivar, la captación de dióxido de carbono (CO2) será mayor y el aporte a la huella de carbono se reducirá. Este CO2 pasa del aire a la biomasa de la planta, almacenándose en forma de tejidos. Por ello, un árbol almacenará mucha más cantidad que un matorral o herbácea.
Al final esto se traduce a una reducción en la huella de carbono. Sin embargo, esta reducción debe ir en sintonía con el resto de procesos de la cadena agrícola. Las máquinas de laboreo y el transporte que sigue el producto hasta el lugar de procesado y el lugar de venta debe suponer emisiones mínimas.
Este artículo ha sido publicado gracias a la propuesta de tema que nos hicieron desde CBH.